Podríamos empezar por definir a la imagen en términos
de opinión pública como algo que corresponde subjetivamente a la realidad pero
objetivamente a la apariencia.
Esta definición nos lleva a la siguiente premisa: “Para ser primero hay que parecer”.
Existen diferentes teorías de la percepción sobre el
tiempo en que tardamos en generar una primera impresión , unos hablan de 9
segundos, otros de 7.
En realidad no importa cuánto tiempo tome esta
formulación mental.
Lo que sí es importante, es el estar consientes de lo
que proyectamos en función del fin deseado, la actitud es la columna vertebral
de la imagen y dentro del área de la percepción los sentidos juegan un papel
fundamental.
Alguna vez se ha preguntado ¿Cómo es percibido por los
demás? ¿Qué imagen proyecta? ¿Si su imagen va acorde a su estatus laboral? ¿Qué
opinan de usted en el ámbito familiar, laboral y personal?
Como estas, existen muchas preguntas que giran en torno
a la proyección de la imagen personal y normalmente las respuestas no son del
todo cercanas a nuestra realidad.
Esto es porque normalmente
no existe coherencia entre nuestra imagen física ( apariencia) y nuestra imagen
conceptual (contenido).
La correcta articulación de la imagen genera: confianza,
seguridad, credibilidad, notoriedad, y liderazgo.
La imagen no verbal (los gestos, la postura, la
mímica, etc. por mencionar algunos) son parte fundamental en el envío de
códigos. Un axioma de la imagen habla sobre la relación siempre coherente entre
el lenguaje verbal e imagen visual, para articular una imagen armónica.
Todos queramos o no, proyectamos una imagen, la cual
no tiene precio, pero sí es capaz de adquirir un valor inimaginable
convirtiéndose con el tiempo en parte importante de nuestra reputación y dependerá de nosotros en
que esta sea buena o mala.
Bien decía Víctor Hugo que “Nada tan absurdo como vencer, la verdadera gloria esta en convencer…”